Ya con una introducción, donde recalco mi excusa para mesclar estos dos temas utilizando varios términos bélicos para relacionarlos con aún más profundidad. Comenzaré esta metáfora que lleva mucho en mi cabeza y deseaba compartirla con todos nuestros lectores.
Durante el imperio de Roma (753 a.c. – 1453 d.c.) los emperadores buscaron la manera de distraer a su pueblo, liberándolos de una tensión vivida por las constantes guerras características de la época. Sé que esto no es una clase de historia, pero acá viene lo interesante de la de la comparación, el hincha del deporte más practicado a nivel mundial se ha comprobado que asiste a los estadios guiados por su pasión a los colores amados, pero más aún porque durante 90 minutos se desconectan de situaciones como: problemas, estrés y hasta de su vida en sí.
Entonces, la comparación entre estos dos escenarios ya comienza a no sonar tan extraña. Durante el tiempo de juego, vos, sí vos que te pensás tan poco agresivo, ¿no le deseás lo peor a tu rival de turno?
Vivís el partido como una “guerra” donde se demostrará que tu equipo es mejor en comparación con tu contrario, dejando como vencedor al más fuerte, quien “sobrevivió” durante muchas batallas para ser campeón y dándole “muerte” futbolística a todos sus contrincantes.
Sin embargo, además existe otra igualdad que incluye a la afición con el público romano. El fanático no perdona a los otros colores, como en aquel tiempo no se perdonaba al débil, entre más humillante sea la derrota de su adversario, más lleno se siente al saborear el “sufrimiento” y vergüenza en la cara de este.
Durante un juego se pueden escuchar gritos como: ¡Quebrálo!, ¡matálo!, y demás expresiones en la mayoría de las veces en sentido figurado. Los hinchas se dan el derecho de denigrar al futbolista rival, escupiéndolo, burlándose de su desdicha, donde también estos llegan a enfrentarse en batallas campales en las mismas instalaciones entre los seguidores de los “luchadores que se juegan la vida en el campo”, quienes defienden sus colores a cualquier costo.
Muchas veces se disputa más el honor, que simples 3 puntos de un deporte, ¿o no es así cuando se habla de clásicos?, ¿a quién le importan el puntaje en disputa?, la idea es enseñar cual equipo es el mejor o si no pasarán meses de sufrimiento escuchando al ganador jactándose en su propio rostro. Acá cabe rescatar la dicha de no poder quitar la vida al perdedor, como era la consigna en aquellos tiempos.
Llegó el momento del réferi, quien en cuestión de poder lo llegó a unir con el César, debido a que tiene la posibilidad de decidir quien gana o pierde si lo quisiera, pero también se asemeja al archirrival más odiado por la afición y su papel es peor aún porque la mayoría de las veces posee a todo el público en su contra.
Sin duda alguna hemos evolucionado, aprendiendo a respetar la vida del ser humano a diferencia de los juegos en el coliseo Romano, cambiando: la sobrevivencia por 3 puntos, la muerte convirtiéndola en 0 de estos y el público hambriento de sangre fue sustituido por una afición en busca de gloria deportiva. Esto a pesar de muchos seguidores, quienes no entienden el sentido del balón pie y lo llevan hasta el punto de agresión, sin captar que el fútbol no da para tanto, llevándolos a un retroceso en la historia hacia la barbarie.
Deseo terminar esta columna con un gesto que me ha hecho recordar una película sobre el tema del Coliseo Romano.
Iker Casillas al ver que el tiempo de reposición seguía transcurriendo en la final de la Eurocopa del 2012, donde España goleaba a Italia por 4 a 0. Casillas se acercó al línea para pedirle la finalización del juego y respeto para con su rival (curioso que fuese el país donde se encuentra Roma), quienes se vieron disminuidos ante el excelente fútbol de los Ibéricos. El arquero realizó la piadosa acción, sin tomar en cuenta el deseo de la afición de la “Roja”, estos pedían más goles a su equipo desde la tribuna.
El gesto del arquero me trajo a la memoria la producción “El Gladiador”, en la escena donde este personaje le perdona la vida al peleador campeón, esto a pesar de que el César y el público le ordenaban la muerte del perdedor. Los presentes se rinden ante el peleador llamándolo Máximo el misericordioso. ¿Merecería esta disposición del guardameta español un reconocimiento aún mayor?